Vistas de página en total

sábado, 17 de septiembre de 2011

viernes, 2 de septiembre de 2011

El Bueno, el Malo y el Comisario Lobo

   El barrio al que pertenezco es cuna de algunos de los personajes más particulares que me he cruzado en la vida. Me he encontrado caminando estas calles que camino desde que me mudé hace más de cuatro años, y periódicamente los veo en su cotidianidad. Me los encuentro en la carnicería, yendo a tomar el micro, yendo hacia otros lugares. Y ellos también se dirigen a sus destinos, sin saber que los observo y que me imagino de cierta forma cómo serán sus vidas, porque hay personas que me intrigan, y estas cuadras están repletas de ellas. Hoy quisiera hablar sobre uno en particular. Desconozco su nombre, su edad, su procedencia y nunca escuché su voz, ni nada por el estilo. Por lo tanto, me tomé la libertad de bautizarlo como El Cowboy de Tolosa. Se trata de un hombre de unos 45-50 años, de baja estatura y corpulento, aunque estoy siendo generoso, ya que lo correcto sería decir que es un tipo gordo. Pero no lo suficientemente gordo como para no vagar por el mundo y  cruzarse al menos una vez a la semana en mi camino y llenar de incertidumbre mi día. Pasada ya su descripción física, vamos a lo que me llama la atención de él. No por nada en mi mente es El Cowboy y no Jorge, como quizás pueda llamarse. Una de sus características es que lleva puesto un sombrero de vaquero tejano de principios del siglo XX, SIEMPRE. Y pongo siempre con mayúsculas porque verdaderamente jamás lo he visto sin él (dejaría de tener sentido su existencia si algún día sucediera). Diría también que es calvo, pero no lo sé a ciencia cierta, aunque si sé que no tiene pelo largo. Algo que ha menudo El Cowboy también viste son botas del estilo western, aunque últimamente se ha aparecido con frecuencia con zapatillas negras. Podría afirmar que se vendió, pero el estoicismo y la actitud con la que porta su sombrero es tal que mi fascinación no ha cedido ni un poco. También es un hombre que parece no sentir el frío, ya que la mayoría de las veces que lo vi, estaba usando una musculosa, sin importar la estación, además de su ya consagrada riñonera en su cintura. Lo veo caminando y parece que va hacia ninguna parte, o que va a todas partes. A lo mejor no existe y sólo yo lo veo, sería grandioso que así fuera. Es entonces que me imagino conversando con él, y compartiendo las miles de historias que una persona como él debe tener en su archivo. Y yo escuchando atentamente, y anotando. Creo que son esas personas las que son realmente interesantes. Las que acumulan anécdotas por vivir simplemente, caminando en lo burdamente denominado como la "jungla de cemento" y los que no temen en compartirlas con un extraño, aunque a esta altura ya no somos extraños. No nos saludamos, no nos conocemos, y jamás hemos cruzado palabra (tal vez nunca lo hagamos) pero ambos sabemos que el otro está ahí. Por otro lado, mis ganas de conocerlo se ven desafiadas cuando recuerdo que a veces la idealización puede ser un arma de doble filo. Sé muy bien que podría llevarme una decepción al entablar una conversación con él, porque está la posibilidad de que no sea esa persona que espero que sea. Me explayaré sobre esta sensación en otro momento. Lo que sí sé es que, en un par de horas, cuando me vaya a tomar el 273, quizás lo vea y tenga ganas de preguntarle a donde va, o que fue de su día. Quien sabe, puede que este sea el día en que lo haga. Pero lo más probable es que no.